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Espejos

Hoy voy a contaros algo sobre mí. Algo que hice como una especie de aventura y aprendizaje y de lo que, después, me sentí muy orgullosa.

Siempre digo que yo solo he opositado para especialista de PT, y así es, o al menos hablando en serio.

El caso es que, el año que terminaba la carrera de Primaria (ya hacía un año que tenía la de Infantil) me presenté a las oposiciones de Educación Infantil sin haber mirado ni los títulos de los temas, simplemente “para ver lo que era” una oposición. No recuerdo qué otro número de tema salió en las bolitas para elegir, pero sí recuerdo que yo escogí el número 24.


La influencia de la imagen en el niño. La lectura e interpretación de imágenes. El cine, la televisión y la publicidad. Criterios de selección y utilización de materiales audiovisuales y de las nuevas tecnologías en la educación infantil.

Obviamente, el desarrollo del tema habla de cómo influyen los medios de comunicación y las imágenes en niñxs de 3 a 6 años. Pero yo, como quería hacer una superdisertación ya que no tenía absolutamente nada preparado, me quedé con eso de “la influencia de la imagen”, y a partir de ahí hablé de lo que me dio la gana. Parece ser que ni siquiera leí el enunciado completo.

Mi texto trataba sobre la propia imagen de lxs niñxs y, por consiguiente, la formación del autoconcepto y la autoestima. Hablé sobre la importancia de tener un gran espejo en las aulas de Educación Infantil, y sobre lo profundamente relevante que es el autoconcepto que establezca cada niñx en esta etapa. Recuerdo que hablé de autorxs como Montessori y algún filósofo (Kant, si no recuerdo mal). No recuerdo cómo los hilé. No sé cómo lo hice, pero ese día estaba muy inspirada y con las carreras recién terminadas, y el caso es que escribí unos cuantos folios. Y, de verdad, que lejos de responder al tema de la oposición, me quedó una reflexión la mar de apañada (y lo dice una persona muy exigente con su propio trabajo).


Quien se haya presentado a una oposición en educación sabe que, cuando se lee el tema ante el tribunal, ellxs van apuntando si lxs aspirantes cumplimos o no ciertos requisitos para conseguir una nota determinada. Por ejemplo: divide en tema en introducción, apartados y conclusiones; hay una bibliografía; cita correctamente ciertxs autorxs imprescindibles en cada tema; menciona la legislación vigente; etc. Obviamente, a los pocos minutos de empezar con mi lectura (sí, estoy tan loca que fui a leer ese “examen” más feliz que nada), el tribunal dejó de apuntar, y en general me miraban con cansancio (yo era de las últimas y llevaban allí todo el día escuchando a gente leer las mismas cosas) y pasividad. Supongo que pensarían “y ahora, en vez de irme por fin a casa a descansar, tengo que estar aquí X minutos más escuchando a la loca esta que se ha pegado la inventada del siglo”. Sin embargo, al terminar, el presidente del tribunal (el que da la sensación de cortar el bacalao), que había estado escuchando muy atentamente (y tal vez fue el único) hizo el amago de aplaudir. Juntó las mano y, al darse cuenta de que estaba haciendo algo indebido, paró. Me sonrió y me dijo: nos vemos en el supuesto práctico. Obviamente no me presenté a dicho supuesto porque, aunque me lo habría podido volver a inventar, no tenía ninguna programación para entregar y como experiencia ya había estado bien.


Hoy he querido contar esto simplemente porque a día de hoy, pese a no recordar ese texto, sigo sintiéndome muy orgullosa de él, porque recuerdo lo satisfecha que me sentí con todo lo que había escrito de manera completamente improvisada. Es de esas cosas que te salen mucho mejor de lo que pensabas y no sabes exactamente por qué. Ojalá pudiera recuperarlo y leerlo ahora. O tal vez no es buena idea porque puede que lo tenga idealizado por la gracia de la situación y me decepcionaría a mí misma a día de hoy. No sé.

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